Alegorías
Por Jesús Huerta Suárez

Cuando era estudiante universitario en Guadalajara, Jalisco, a finales de los años ochenta, tuve un trabajo como gerente de un restaurante llamado La Pianola, que es un comedero de gran tradición y buen gusto, y en donde el principal atractivo es que un invidente se encarga de amenizar tocando en una pianola temas musicales clásicos del México revolucionario y de más atrás. La pianola es similar a los pianos pero la diferencias es que a la pianola se les inserta una especie código de cartón que se encarga de mover las teclas al ritmo de los pies del músico que la ejecute. Suena simple, pero tiene su gracia.


Al paso de un poco de tiempo, los dueños abrieron otro restaurante por la calle Vallarta, cerca de los Arcos y de la Minerva, en un área conocida como zona dorada por el tipo de construcciones y negocios que hay por el lugar. El restaurante se instaló en una mansión de diseño Art Decó, construida alrededor de 1930. La casa había pertenecido a una familia de abolengo de esta ciudad, pero no sé por qué razones la casa permaneció abandonada por más de veinte años. Total, que la dueña de la Pianola le solicitó al ayuntamiento que le dieran permiso para usar la casa con la condición de arreglarla de todo a todo, y así fue. La dueña me llamó a su oficina y me dijo que me fuera para allá que de ahora en adelante yo sería el encargado del restaurante. Y no me quedó de otra, así que muy pronto andaba husmeando por todos y cada uno de los rincones de esta casona, que era tan grande que poco a poco se fue convirtiendo en todo un complejo comercial.


El restaurante sólo abría de noche, así que tuve que adaptarme a este nuevo horario. La verdad, que casi no teníamos clientes, yo suponía que la razón principal era que era un lugar nuevo. Ante la escasa clientela, los meseros, cocineros y un servidor solíamos salirnos a la banqueta con el fin de llamar la atención. Entonces, poco a poco, y entre platica y platica, cada uno de nosotros comenzamos a comentar sobre cosas “raras” que pasaban en el lugar; se azotaban las puertas, se oían quejidos, cosas que se movían de lugar, clientes bastantes extraños que solían acudir ataviados en negras gabardinas, sombreros gansteriles, armados y cosas por el estilo. En cuanto menos pensamos a cada uno de nosotros ya nos había pasado algo fuera de lo común en la casona. La verdad, teníamos miedo. Sí, miedo. Todos temíamos quedarnos solos en algunos de los reservados, o de los pasillos, patios, e incluso en la cocina.


En una de esas horas de poco trabajo decidí visitar a los vecinos del lugar y ellos me contaron que durante todos esos años que la casa permaneció abandonada la casa fue refugio de vagos, viciosos y, lo peor, que ahí hacían ¡misas negras!


Tiempo después descubrí que en el sótano existían unos túneles secretos que comunicaban a la casa con la Catedral que estaba no muy lejos de ahí, dicen que eran como medio de protección por si ocurría algo inesperado como fue la guerra de los cristeros. Total que en esos pasadizos dicen que encontraron restos humanos y cuartos llenos de pelo, como si se raparan a muchas personas y guardaran los cabellos; y así, muchas oscuras historias me dijeron, al grado que mientras me contaban se me enchinaba el cuero.


Total, y para hacer una larga historia corta, yo, como responsable del lugar, decidí ir de inmediato a comprar veladoras, imágenes de santos, agua bendita y flores para bendecir el lugar como una especie de “limpia”, y así lo hicimos. Todos juntos comenzamos a rezar todas las tardes antes de comenzar las labores y, aunque usted no lo crea, todos los ruidos raros se acabaron. El miedo se acabó para nosotros.
Me acordé de esta historia porque hoy me encontré a un amigo quien me dijo que en su lugar de trabajo estaban pasando muchas cosas muy raras y malas y que todos estaban temerosos. Aquí el asunto ha llegado mucho más lejos, al grado de muertes y demás, pero estoy seguro que nunca está de más una bendición y una oración, pero sobre todo, encomendarnos a Dios.
“Sólo recuerda, el amor es vida y odiar es estar muerto”


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