Columna: Más allá de los titulares

Por Alejandro Gleason

Aproximadamente hace dos semanas, tuve el honor de representar a Hermosillo en el International Speech Contest de la prestigiosa organización Toastmasters International, celebrado en la Ciudad de Chihuahua. La verdad es que me preparé con mero esfuerzo y dedicación, sin saber con certeza qué sucedería en la competencia.

Dicen que la mayor batalla es contra uno mismo, pero también es valioso medirse con otros. Competir nos reta, nos inspira y nos permite ser testigos de las múltiples formas en las que cada persona ejecuta su maestría. Al presenciar ese arte, tenemos la oportunidad de perfeccionar nuestro propio oficio y elevarlo a un nivel superior.

La competencia es indispensable para crear una sociedad equilibrada, en donde la misma exige que cada individuo aspire a dar lo mejor de su persona. En donde toda la energía se enfoca en superar su propio arte, la energía no divaga en la dispersión, tampoco en el vicio, ni mucho menos en cualquier aspecto que pudiese deteriorarnos. Porque el mismo espíritu de competencia simplemente no te lo permite. Y así, cada persona dentro de su rol en la sociedad compite no tanto por ser mejor que su vecino, sino siendo consciente de que superando su propia esencia será de un mayor servicio para toda la comunidad.

Ejemplos de ello los encontramos en todos los ámbitos de la vida: un deportista que mejora su rendimiento, no solo para ganar, sino para alcanzar su máximo potencial; un empresario que innova, no solo para superar a la competencia, sino para aportar mayor valor a la sociedad; un artista que perfecciona su obra, no solo para destacar, sino para expresar algo trascendental. La competencia bien entendida nos eleva, nos disciplina y nos obliga a ser mejores en cada área de nuestra vida.

Pero más allá de la competencia en sí, está el desafío de lo externo, en donde entra todo aquello que no puedo controlar: el clima adverso en una competencia al aire libre, el sesgo de un jurado en un certamen, la reacción inesperada del público, el estado anímico del contrincante o incluso la logística que puede jugar en contra. Todo esto se entrelaza para formar un entorno único y desafiante, uno al que no estamos acostumbrados a enfrentar. Y es precisamente en ese tipo de circunstancias donde se nos exige sacar la casta.

Y es la vida la que tarde o temprano nos presentará con ese tipo de oportunidades, en donde primero se vuelve indispensable tener la visión para verlas y luego el coraje de tomarlas. Porque esas son las oportunidades que, bien aprovechadas, se pueden convertir en oro molido, en experiencias que impactarán profundamente nuestro crecimiento personal, tanto en el aspecto emocional como en el espiritual. Enfrentar la incomodidad, la incertidumbre y la presión nos moldea, nos fortalece y nos da la confianza de saber que, sin importar las circunstancias, somos capaces de enfrentar cualquier reto que la vida nos presente. Una competencia puede parecer un evento aislado, pero en realidad es un microcosmos de la vida misma: si nos acostumbramos a lanzarnos al ruedo sin miedo, sin excusas y con determinación, esa actitud se reflejará en todas las áreas de nuestra existencia.

Lecciones valiosas

Un personaje histórico de nuestra historia, el gran José Vasconcelos, tenía un lema grabado en su ser: Ad Omnia Parati, que significa «Siempre estoy preparado». Hoy en día, con la vertiginosa rápidez de los cambios y desafíos que se presentan día con día, debemos adoptar esa misma mentalidad. Como un atleta de alto rendimiento, debemos estar listos para cualquier circunstancia, para cualquier oportunidad, para cualquier desafío.

No basta con esperar a que la vida nos coloque en una posición cómoda o segura. La verdadera magia ocurre cuando decidimos exponernos, cuando aceptamos el reto de salir de nuestra zona de confort y probar nuestros límites. Porque cada vez que nos atrevemos a dar un paso más allá de lo conocido, construimos una mejor versión de nosotros mismos. Y en ese proceso de transformación, aprendemos que el crecimiento no está en la certeza ni en la comodidad, sino en la acción constante, en el coraje de enfrentar lo desconocido y en la voluntad inquebrantable de superarnos día a día.

A pesar de no haberme levantado triunfalmente, la experiencia se convierte en una gran lección que sin duda forjará mi futuro. La derrota siempre trae consigo un sabor amargo de insatisfacción, como si en cierto sentido nos hubieran quitado algo que nos pertenece. Sin embargo, hablando sobre el buen Sócrates: «El que conoce la derrota, conoce su alma». La derrota expone nuestras vulnerabilidades y fortalezas, nos ayuda a crecer en comprensión y carácter.

Aunque el podio no fue el que esperaba, me llevo algo aún más valioso: la experiencia, el crecimiento y la certeza de que cada esfuerzo suma.

@alexgleasonf