Por: Carlos Zapién

Pareciera que miles de años de evolución no han sido suficientes para que la raza humana termine de transitar por su etapa primitiva, poco racional,  y bruta en la que el uso de la fuerza física excesiva y empleada sin control domina la mayoría de las cabezas de nuestros semejantes.

Más de 300 años han pasado desde la ilustración (1685), y más de 200 años desde la revolución industrial (1760) y la declaración de los derechos del hombre (1789). Durante todos estos años la humanidad ha avanzado a pasos agigantados  en ciencia y tecnología, en muy pocos años pasamos de los automóviles a los satélites espaciales, y ni hablar de lo que ha significado Internet, que está a punto de romper otra barrera con el meta universo.

Pero, por alguna razón, no hemos podido superar la desigualdad de género y el machismo. A pesar de todos los conocimientos y avances intelectuales,  la sociedad no ha podido comprender una premisa básica para la convivencia pacífica: todos los seres humanos, merecemos respeto, ser tratados en igualdad y gozar de autonomía. 

Y para saber que esto no ocurre, solamente hace falta observar un poco a nuestro alrededor. La violencia contra las mujeres se expresa en todos los ámbitos de nuestra vida: en la escuela, en el trabajo y en la casa, aunque su expresión más violenta sea la única que en el imaginario social se presente como “violencia”, me refiero a los feminicidios y la desaparición forzada de mujeres.

Con esto no quiero decir que no haya habido avances en cuanto a la igualdad de género: el derecho al voto, la legalización del aborto y la tipificación de los delitos de feminicidio, son algunas de las conquistas en cuanto a la igualdad de género, por supuesto que estos no se han dado sin la lucha de miles de mujeres que han dado y dedicado su vida para que hoy más mujeres puedan hacer uso de sus derechos.

Sin embargo el avance hacia la igualdad de género y la erradicación del machismo han sido mucho más lentas que el avance de la ciencia y la tecnología. Hemos creado sociedades capaces de crear armas nucleares, pero sin la capacidad de generar empatía y respeto entre sus integrantes.

Los gobiernos, incluso los “bien intencionados” o “progresistas” tratan los problemas de las mujeres como algo ínfimo y superficial. ¿Será más importante invertir en petróleo, en guerra o en bancos, que detener la violencia contra las mujeres?  Las agendas de los estados están jerárquicamente consolidadas para priorizar lo que suponen es de interés general y de mayor valor para la sociedad, y los asuntos secundarios menos importantes, como los de las mujeres, están después.

Mientras tanto las cifras de la violencia machista siguen siendo escalofriantes: 

A nivel global, en el 2020 alrededor de 81,000 mujeres y niñas fueron asesinadas por razones de género, unas 47,000 de ellas, (es decir, el 58%), a manos de sus parejas o familiares.

Nos hemos acostumbrado a escuchar noticias dolorosas sin apenas inmutarnos. A pesar de todo el dolor y la rabia que puedan causar, más que avanzar hacia la erradicación de la violencia de género, la sociedad se adapta a ella, como si fuera normal, parte de la vida o la naturaleza. 

Las mujeres dejan de frecuentar lugares, usar la ropa que prefieren, salir de noche, solas y muchas otras actividades comunes que las ponen en riesgo solo por el hecho de ser mujeres. Incluso los hombres, conscientes de la situación y  preocupados (padres, amigos o parejas) buscan minimizar el riesgo adaptándose al problema; acompañándolas de noche, cuando van solas por la calle, etc.. Pero, ¿aporta esto a erradicar la violencia de género? ¿Las mujeres deben estar siempre acompañadas de hombres para estar a salvo o deberían poder hacer uso de su autonomía tanto como los hombres? 

A pesar de las buenas intenciones que estos actos puedan llevar, e inclusive en lo inmediato salvaguarden la vida de algunas mujeres, no ofrecen una solución ni un avance contra la violencia machista, al contrario, tienen el riesgo de normalizar estos actos e incluso culpar a las mujeres que deciden hacer uso de su autonomía por las agresiones que puedan sufrir. Adaptarse a la violencia machista no la combate, la perpetua. 

Es por eso que entender la violencia machista es esencial para acabar con ella, tarea que como sociedad deberíamos hacer en lo individual y en lo colectivo,  y los gobiernos desde sus propias condiciones, alcances y responsabilidades hacer lo propio. Para poder hacer frente a cualquier situación, se necesita conocerla a profundidad. ¿Dónde se origina? ¿Cómo funciona? ¿Que la perpetua?

Quizá esto sea una pista de porque la humanidad parece estar atrapada en la prehistoria patriarcal ; pensar  a la violencia machista como una decisión personal, hecha por individuos aislados, ignorando que no es solo el feminicida, también el juez que lo liberó, la fiscalía que no atendió las denuncias, la participación de políticos en organizaciones criminales de trata de personas, y los medios de comunicación que culpan a las víctimas de sus ataques. 

Solo entendiendo la violencia contra las mujeres como un problema social y sistémico, en el que estamos inmersos todas y todos, y por lo tanto cualquier acto de machismo, por bien intencionado, “pequeño” o inocente que sea, van constituyendo un panorama social en el que las mujeres son vistas como subordinadas ó incapaces, y que en sus expresiones más violentas asesina mujeres. Solo entendiendo el problema, podremos encaminarnos y aportar en la lucha contra la violencia de género.