Una vez terminadas las fiestas decembrinas, así como sus respectivas cuestas y resecas, el año en turno se apremia a iniciar con fuertes tumbos y nubarrones en términos sociales, políticos y económicos.
El año entrante pinta para convertirse en uno de los años pre-electorales más intensos de la historia reciente de nuestro país, toda vez que, desde el púlpito presidencial se ha optado por adelantar de manera inexplicable la carrera presidencial de 2024, lo que ha generado que, desde los órganos internos del partido oficial, Morena y sus aliados, la calentura por los próximos comicios haya comenzado a tomar temperatura con sus respectivas consecuencias. Asimismo, la oposición que parecía encontrarse en un letargo eterno desde la derrota aplastante de 2018, hoy en día parece haber encontrado, por fin, la fórmula idónea para hacer frente al aparato del Estado que se encuentra en su versión más robustecida, electoralmente hablando, de las últimas tres décadas.
Sin embargo, una asignatura pendiente para todos los partidos políticos en nuestro país, hablese de los que ostentan el poder, y los que quieren hacerlo, ha sido la inclusión de sangre nueva en los distintos recovecos del sistema político mexicano, tal cual como lo hace cualquier sistema biológico animal al renovar su sistema sanguíneo que irradia sangre desde el corazón por las arterias al llevar sangre con más oxígeno y por ende purificada para el correcto funcionamiento del organismo, lo que en suma nos otorga una vida más plena y longeva. Por eso, vemos como en diferentes regiones de nuestro país, las autoridades de los diferentes niveles de gobierno siguen repitiendo posiciones en el poder, practicando la famosa táctica del “gatopardismo” para, por medio del cambio de logos y colores, seguir siendo parte de la toma de decisiones de una manera sempiterna mientras que los ciudadanos nos limitamos a ver cómo las mismas personas envejecen con el paso de los años sentados cómodamente en los aposentos del poder sin que haya cambios significativos en nuestro entorno. Los sistemas políticos deberían ser oxigenados conforme el paso del tiempo con nuevos seres que brinden a los procesos de ejercicio del poder mayor oxigenación a la hora de brindar resultados, partiendo de la concepción de una nueva actitud, nuevas maneras de hacer las cosas y nuevas formas de entender las problemáticas actuales, manteniendo así, un sistema que se actualiza conforme el paso del tiempo para hacer frente a las problemáticas actuales de nuestro país.
Es importante reconocer que, la mejor manera de entender una problemática es, en primera instancia, escuchar a los afectados y una de las máximas que se repite cuando se pone atención a los reclamos de la ciudadanía, es la búsqueda desesperada por nuevos perfiles y nuevas caras que accedan a los cargos públicos para renovar de manera contundente las anquilosadas formas de hacer política en nuestro país. Empero, es importante recalcar y dejar en claro a los lectores, que sangre nueva, no significa en ningún momento una lucha de generaciones, en la que los jóvenes (de edad) vengan a ocupar los lugares que los adultos han ocupado durante los últimos años. No, en esta ocasión la oxigenación de nuestro sistema político hace referencia exclusivamente a la juventud de espíritu y mentalidad para mantener con salud y funcional al sistema político mexicano.
A pesar de que la demanda social por sangre nueva en la política se ha convertido en un clamor general en nuestro país, el sistema oficial se ha encargado de montar un muro aparentemente infranqueable para que, después de un cuarto de siglo sigan siendo las mismas personas quienes ostentan el poder. No obstante, la historia nos ha demostrado que, tal como se hizo con la cerrazón que levantó al muro de Berlín en el periodo de la Guerra Fría, cuando existe determinación, carácter e ideales, los muros físicos y mentales, sí caen.
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