La tragedia sucedida el pasado 27 de Junio en uno de los episodios más mortíferos de tráfico de personas en la frontera entre México y Estados Unidos, en el que 53 personas migrantes perdieron la vida, me hace recordar el poema de Eduardo Galeano que empieza diciendo:

“Sueñan las pulgas con comprarse un perro,
y sueñan los nadies con salir de pobres.”

En aquel tráiler encontrado en Texas, en el que se presume “viajaban” al menos 100 migrantes, murieron 53 personas. Cincuenta y tres seres humanos que se encontraban en esa caja de metal hirviendo, sin agua, sin ventilación, solo con la esperanza de cumplir su sueño, salir de la pobreza. ¿De quién es la responsabilidad? ¿Qué condiciones de vida hay que tener para arriesgarse a una muerte tan desgraciada?

Por su parte el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, culpó al presidente Joe Biden de la tragedia. “Estas muertes son responsabilidad de Biden, son el resultado de su mortal política de fronteras abiertas. Muestran las consecuencias mortales de su negativa a hacer cumplir la ley”, tuiteó.

Por otro lado, sus antagónicos demócratas a través de la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, declararon que; «El hecho es que la frontera está cerrada, lo que es en parte la razón por la cual se ve a personas haciendo esta peligrosa travesía a través de redes de traficantes»; y el candidato demócrata a gobernador, Beto O’Rourke, aseguró que el redoblado patrullaje en la frontera autorizado por Abbott, es en parte responsable de las redes de tráfico humano que ponen en peligro a los migrantes que no encuentran vías legales para entrar en Estados Unidos.

Y, ¿mantener a estas personas en sus territorios de origen les hubiera salvado la vida? Lo cierto es que los miles de migrantes que intentan llegar a los Estados Unidos todos los días, no tienen una vida, ni un futuro en su país. Son personas que viven inmersas en la pobreza y en la violencia, y que migran con la ilusión de encontrar en este país un mejor futuro, que para ellos, no es un futuro lleno de lujos, sino uno en el que tengan un trabajo que les permita alimentar y cuidar de sus familias.

¿Podríamos entonces culpar a los gobiernos de los países latinoamericanos de los cientos de años que llevan estos territorios hundidos en la pobreza? Hacer esto, solo se podría desde una visión acrítica e irreflexiva de la historia de los países latinoamericanos, que no son países pobres, sino empobrecidos, explotados y sangrados, por no solo los mal llamados conquistadores a los que habría que mejor llamar invasores, sino también en la actualidad por las grandes corporaciones internacionales que utilizan las condiciones de miseria de estos países para obtener mano de obra barata, por decir lo menos de las personas que trabajan en condiciones casi de esclavitud.

Eso sin hacer un análisis más profundo de todos los factores que empobrecen a los países del sur global, entre los cuales resaltan: el cambio climático antropogénico, del cual es responsable en su mayoría occidente y sus magnas corporaciones; la violencia generada por las organizaciones criminales y los carteles, que se arman con armamentos fabricados en Estados Unidos; los gobiernos corruptos encabezados por élites blanqueadas que venden las tierras y recursos de sus países; el racismo y una muy larga lista de consecuencias de la dinámica de consumo dominante a partir de la cual se crean las políticas económicas mundiales.

Lejos de buscar culpables de una situación que lleva décadas empeorando, los gobiernos de todos los países deberían dejar de ver números en las muertes de migrantes y empezar a mirar personas, familias y pueblos enteros que han sido despojados y destruidos como “daño colateral” de un sistema mundial que ha creado países ricos con personas que tienen el derecho a una vida digna y países pobres con personas que no tienen más que sueños y una vida destinada a la miseria, la represión y el hambre.

Hasta ahora más allá de los discursos humanitarios de los gobiernos de México y Estados Unidos, en ambos países se mantienen políticas que promueven la violencia, las detenciones, los abusos, y el discurso explícito y no explícito de que hay seres humanos que valen y merecen más que otros.
A la hora de ejercer y planear las políticas migratorias, tanto el gobierno de México como el de Estados Unidos tendrían que tomar en cuenta que son los inmigrantes y sus hijos nacidos en Estados Unidos quienes representan el 28 % de los trabajadores de este país, que son ellos quienes realizan los trabajos más peligrosos y quienes mantienen la economía agrícola con empleos temporales, informales y no protegidos.

Son los migrantes la fuerza de trabajo que mantiene la economía, no solo de estos dos países sino la mundial, y es acosta de ellos que algunos pocos mantienen una vida llena de privilegios, y también es a costa de ellos que otros más compramos comida, ropa y tecnología a un “bajo costo”.

Y lo que tendríamos que considerar todos y todas las demás al escuchar estás noticias desoladoras es que, de no cambiar las condiciones económicas de este sistema desigual e inhumano que mantiene al mundo, las migraciones masivas apenas comienzan.

Termina recordándonos Eduardo Galeano que estás personas son:

Los nadies : los hijos de nadie, los dueños de nada […]
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.