Columna: Más allá de los titulares
Por Alejandro Gleason
“Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto.”
— Evangelio de Mateo 5,48
Un estudio publicado por Frontiers in Psychology (Garcia, Arntén & Archer, 2015) señala que las personas con un fuerte sentido de carácter y responsabilidad tienden a experimentar mayores niveles de bienestar psicológico, relaciones más constructivas y resiliencia ante la adversidad Esta verdad, cada vez más evidente para la ciencia, ya estaba inscrita en los antiguos pilares de la filosofía y la fe: no es lo que nos pasa, sino cómo respondemos, lo que forja nuestro destino.
Cuando Jesús invita a sus discípulos a ser “perfectos como el Padre”, no lo hace como un mandato imposible, sino como una brújula espiritual. No se trata de nunca fallar, sino de caminar hacia una vida más plena, más virtuosa, más alineada con lo que somos llamados a ser. A buscar pulirnos a través de las buenas acciones.
Cuando escuchamos la palabra perfección, lo primero que suele venir a la mente es no tener errores, hacer todo de manera impecable, sin fallas, sin condiciones externas que nos afecten. Podría sonar hasta utópico e imposible, considerando que nuestra propia limitación como personas es lo que nos impide alcanzar dicho estado.
Pero entonces, ¿qué sentido tiene esa palabra? ¿Para qué aspirar a lo perfecto si sabemos que no lo alcanzaremos?
Tal vez porque la perfección no se trata de tenerlo todo bajo control, sino de dirigirnos con integridad hacia un ideal más alto. Y eso, lejos de ser abstracto, tiene implicaciones muy concretas.
¿Cómo se ve eso en la vida real? ¿Qué significa aspirar a la perfección cuando tienes que lidiar con clientes molestos, decisiones urgentes, presupuestos que no cuadran, o equipos que han perdido la motivación?
Significa esto: actuar desde lo mejor de ti, aun cuando las condiciones no estén a tu favor. Elegir conscientemente cómo responder, en vez de reaccionar desde la frustración. Mantener tus valores, incluso en la presión. No porque seas perfecto, sino porque te sabes en camino.
Una historia que nos refleja:
Carlos, gerente de operaciones en una empresa de salud, vivía con el peso constante de la frustración. Cada vez que algo fallaba, una entrega retrasada, una cadena de producción interrumpida, un cliente molesto, su primera reacción era buscar explicaciones afuera: “fue culpa de logística”, “el proveedor cambió las condiciones”, “mi equipo no entiende”.
Pero un día, tras una acumulación de conflictos, se detuvo a hacerse una pregunta incómoda:
“¿Cuál fue mi contribución en todo esto?”
Esa simple reflexión lo hizo cambiar de mentalidad y fue ahí donde todo empezó a cambiar. Carlos comenzó a observar su forma de comunicar, su capacidad de anticipar problemas, la claridad con la que delegaba, y el nivel de presencia que tenía en los momentos críticos. Comprendió que no podía controlar todas las variables externas… pero sí podía gobernarse a sí mismo.
Y con eso, bastó para comenzar a transformar su entorno.
Este caso no es único. Muchas personas hoy viven atrapadas en tres grandes situaciones:
- Idealizan la perfección como inmediatez, lo cual solo conduce al desgaste emocional.
- Reaccionan desde el victimismo, creyendo que si algo no depende de ellos, entonces no pueden hacer nada.
- Esperan que el mundo cambie antes de cambiar ellos, dejando pasar oportunidades de crecimiento.
Platón enseñaba que el alma humana está hecha para buscar el Bien. Para él, la perfección no era un resultado final, sino un camino a seguir. Se avanza hacia ella a través de la virtud: justicia, templanza, fortaleza y sabiduría. Ser virtuoso es aspirar al Bien, no tenerlo todo resuelto. Significa que independientemente de la situacion que yo este viviendo, tengo la oportunidad de tomar decisiones que me lleven a cada día ser mejor en todos los aspectos de mi vida.
Por eso, recuerda: “No eres culpable de todo lo que te pasa, pero sí eres responsable de cómo respondes.”
Y esa respuesta, desde el liderazgo, la virtud y la conciencia, es donde comienza la transformación.
Si esta columna te habla, si sientes ese llamado a vivir desde tu mejor versión, aquí van cuatro claves para comenzar hoy:
- Reinterpreta la perfección: no como exigencia de éxito, sino como fidelidad a un ideal.
- Hazte preguntas de autorreflexión: ¿Qué parte de esto depende de mí? ¿Cómo puedo responder mejor?
- Respira antes de reaccionar: toda respuesta consciente nace del espacio entre estímulo y reacción.
- Conéctate con tu ideal más alto cada día: a través de oración, contemplación o silencio. Recuerda quién quieres llegar a ser.
Porque ser perfecto no es nunca equivocarse. Es no dejar de caminar hacia lo bueno, aún con errores y heridas.
Y tal vez, solo tal vez, esa sea la verdadera perfección: ser cada día más responsable de lo que elegimos ser.
¿Tu que opinas?
@alexgfandino
alex@gleasonfandino.com