¿Qué es lo que realmente deseas en la vida? ¿Una pareja amorosa, una carrera satisfactoria, una hermosa casa o éxito material? Estas son algunas de las metas que solemos perseguir, pero la verdadera pregunta es: ¿Qué deseamos de la vida misma? No solo aquello que buscamos alcanzar mientras vivimos, sino el propósito final que da sentido a nuestra existencia.

A menudo, nuestras ambiciones están dictadas por deseos inmediatos o influencias externas. Vivimos en un mundo saturado de distracciones, que nos impide detenernos a reflexionar sobre nuestro verdadero camino. La Cuaresma, nos ofrece la oportunidad de hacer precisamente eso: salir al desierto interior y confrontarnos con nuestras propias preguntas esenciales.

En la Biblia, el número 40 representa un período de prueba, transformación y preparación. Moisés pasó 40 días en el monte Sinaí antes de recibir la Ley; el pueblo de Israel vagó 40 años en el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida; Jesús ayunó 40 días en el desierto antes de iniciar su ministerio. El desierto es un símbolo de purificación, un espacio donde se rompen las ilusiones y se revelan las verdades esenciales de nuestra existencia.

Hoy, nuestro «desierto» no es un lugar físico, sino un estado mental. En una era de inmediatez, donde todo está diseñado para el placer instantáneo y la evitación del sufrimiento, hemos perdido la capacidad de renunciar a lo inmediato en favor de algo mayor. Vivimos rodeados de estímulos que nos incitan al consumo desenfrenado: la próxima comida, el próximo encuentro sexual, el próximo viaje, el próximo like en redes sociales. Sin darnos cuenta, nos convertimos en esclavos de la gratificación momentánea, perdiendo el dominio sobre nosotros mismos.

En una entrevista con The Wall Street Journal, el psicólogo Jonathan Haidt alertó sobre las consecuencias de esta cultura:

«Lo que encontramos en esta sociedad son tasas extraordinariamente altas de ansiedad, depresión, autolesiones, suicidio y fragilidad entre los jóvenes. Nunca ha habido una generación tan deprimida, ansiosa y frágil».

¿Por qué ocurre esto? Porque se nos ha enseñado a buscar la felicidad en lo efímero, sin comprender que una vida significativa requiere algo más profundo: una filosofía de vida clara y un sentido de propósito bien definido.

La Necesidad de una Filosofía de Vida

Sin una filosofía de vida, nos convertimos en barcos sin timón, dejándonos llevar por las corrientes del deseo y la opinión ajena. Los antiguos estoicos lo comprendían bien: la verdadera felicidad no radica en el placer ni en la comodidad, sino en la virtud.

Para ellos, vivir bien significaba actuar con sabiduría, coraje, justicia y templanza, independientemente de las circunstancias externas. Aristóteles afirmaba que el propósito de la vida es la excelencia del alma, y que esta solo se alcanza a través del cultivo de la virtud.

En cambio, una vida dominada por el vicio fragmenta el alma. Nos hace prisioneros de impulsos pasajeros, alejándonos de aquello que realmente nutre nuestra esencia. Cuando todo en la vida gira en torno a la búsqueda de placer o éxito material, inevitablemente terminamos insatisfechos, porque nada de eso puede llenar el vacío de un alma desorientada.

Marco Aurelio, emperador y filósofo estoico, nos dejó una enseñanza fundamental:

«Tienes poder sobre tu mente, no sobre los eventos. Date cuenta de esto y encontrarás la fuerza».

Su mensaje es claro: no podemos controlar todo lo que sucede en la vida, pero sí podemos controlar nuestra respuesta ante ello. En lugar de preguntarnos «¿qué quiero de la vida?», deberíamos preguntarnos «¿qué espera la vida de mí?»

La Cuaresma como un periodo de renovación 

Aquí es donde la Cuaresma cobra sentido. Durante estos 40 días, se nos invita a hacer una pausa, alejarnos del ruido del mundo y mirar hacia adentro. Es un tiempo para abandonar las distracciones superficiales y preguntarnos:

  • ¿Quién soy realmente?
  • ¿Cuál es aquel vicio o defecto que no me está permitiendo ser quien realmente debo ser?
  • ¿Qué clase de persona quiero ser?

El desierto es un espacio de confrontación, pero también de transformación. Salir al desierto significa desprenderse de todo lo innecesario, enfrentar nuestras debilidades y reencontrarnos con lo esencial.

Cuando nos alineamos con nuestros principios y vivimos con coherencia, experimentamos una paz que el placer instantáneo jamás podrá ofrecer. La felicidad no es un fin en sí mismo, sino la consecuencia natural de una vida con propósito.

Así como el pueblo de Israel vagó 40 años en el desierto antes de alcanzar la Tierra Prometida, cada uno de nosotros debe recorrer su propio camino de purificación y maduración.

Espero que todos aprovechemos este tiempo en el desierto para sacar lo viejo y dar entrada a lo nuevo. Que estos 40 días nos sirvan para limpiar la mente, fortalecer el espíritu y reencontrarnos con lo esencial. Porque solo quien está dispuesto a perderse en el desierto puede encontrar el verdadero camino.