La sucesión presidencial de 2024 se encuentra ya a la vuelta de la esquina y los suspirantes a sentarse en la silla más importante de nuestro país se encuentran en una plena pelea por quedarse, en primera instancia con la candidatura, para después hacerse del cargo que hoy ostenta el presidente López Obrador.

Muchas historias están aún por escribirse, comenzando por los comicios previos de 2023 donde se disputaran un par de gubernaturas sumamente importantes, no solamente por su peso electoral y lo que ello signifique, sino también por qué son los últimos dos bastiones priístas en donde la entidad ha sido gobernada únicamente por dicho partido, por supuesto que hablamos de Coahuila y el Estado de México, donde esta semana comenzaron campañas en búsqueda de la victoria las dos alianzas punteras, la encabezada por Morena y sus aliados Partido del Trabajo y Partido Verde y, la de PAN, PRI, PRD y Nueva Alianza en el caso del Estado de México. Sin embargo, un aspecto a resaltar de estas elecciones previas es el caso de Coahuila ya que, luego de tener diferencias en los métodos de selección de candidaturas tanto el Partido del Trabajo como el Partido Verde han decidido tomar rumbos diferentes a los elegidos por Morena, lo que pudiese sentar un precedente a seguir en distintas entidades del territorio nacional.

Volviendo al tema de la sucesión presidencial, la historia de México se encuentra repleta de crónicas y relatos sumamente ilustrativos, por lo que, de vez en vez es importante revisar la historia para conocer nuestro presente, pero sobre todo, para tratar darnos una idea de hacia dónde se dirige el rumbo de nuestro país, por eso traemos a colación dos casos donde el sistema político mexicano ha tenido tropiezos y desvaríos propios de la conducta humana.

Comenzaremos por la sucesión de 1940 donde un presidente sumamente aceptado en las masas como lo fue Lázaro Cárdenas decidió que su sucesor sería el político y militar poblano, Manuel Ávila Camacho, un hombre mesurado y ecléctico, mucho más al centro del espectro político que el entonces presidente Cárdenas quien se caracterizó por sus políticas con afinidad comunista, en lugar de elegir a un incondicional como el general Francisco J. Múgica, lo que al tiempo ha sido ampliamente criticado por personeros de la izquierda como el actual López Obrador quien en su más reciente acto público en conmemoración de la expropiación petrolera comentó que él no cometerá ese mismo error.

De igual forma, medio siglo después, el sistema político mexicano vivió un proceso de ruptura luego de que, en el proceso sucesorio de 1994 uno de los suspirantes a la silla presidencial del partido oficial decidió no ser parte de la sumisión y revelarse públicamente en contra del tristemente célebre “dedazo” característico de gobiernos autoritarios donde el presidente en turno elige a su sucesor tal como si se tratará de una unción. Por su puesto que, hablamos de Manuel Avila Camacho quien, después de que el entonces presidente Carlos Salinas designó como su heredero al sonorense Luis Donaldo Colosio, este decidió romper con la tradición del “sentado” y comenzó una campaña abierta para revertir esa decisión con trágicos y lamentables desenlaces.

Actualmente, en pleno siglo XXI y con un país entrando a la madurez en términos democráticos, el sistema político se enfrenta nuevamente a un amplio reto con similitudes al pasado; un presidente con amplio margen de maniobra para tomar decisiones y una larga lista con dos punteros reconocidos de los que su actuar definirá en gran medida quién será el próximo presidente de nuestro país, surgiendo un par de preguntas correlacionadas al culminar este escrito: ¿Elegirá López Obrador a su Francisco Múgica en la persona de Claudia Sheibaum? y, en caso de ser así, ¿Marcelo Ebrard se convertirá en el Camacho de López Obrador? Tiempo al tiempo.

borbonmanuel@gmail.com