Columna: Más allá de los titularez
Por: Alejandro Gleason
Según un estudio de la Universidad de Harvard, más del 70% de las personas —incluidos directores generales y líderes de grandes organizaciones— han sentido en algún momento que no merecen su éxito. Esta sensación, conocida como síndrome del impostor, no es exclusiva de quienes inician su carrera: afecta también a quienes ya están en la cima.
Recuerdo el caso de Enrique, un director de marketing que acababa de ser promovido para liderar un equipo internacional. Desde fuera, todos veían a un hombre seguro, preparado y visionario. Pero en privado, me confesaba que cada vez que entraba a una reunión con directivos, sentía que en cualquier momento alguien se daría cuenta de que “no era tan bueno como creían”. Atribuía sus logros a la suerte, a la ayuda de su equipo, o simplemente a “estar en el lugar correcto en el momento correcto”.
El síndrome del impostor puede ser una prisión invisible que limita a líderes brillantes:
- Duda constante: cuestionar cada decisión, evitando riesgos y frenando la innovación.
- Perfeccionismo extremo: intentar no cometer ni un solo error, generando estrés tanto propio como en el equipo.
- Comparación continua: sentir que otros siempre están un paso adelante, debilitando la confianza personal.
En el coaching ejecutivo, el síndrome del impostor es más frecuente de lo que muchos imaginan. No discrimina por género, aunque estudios muestran que las mujeres líderes suelen enfrentarlo con más intensidad debido a presiones y estereotipos de género. Sin embargo, los líderes masculinos tampoco están exentos.
Este fenómeno suele estar ligado a una mentalidad fija, la creencia de que las habilidades son innatas y limitadas. Cuando un líder vive atrapado en este patrón, subestima su capacidad, teme ser descubierto como “fraude” y evita decisiones que podrían generar impacto.
El trabajo de un coach aquí es clave: ayudar a identificar patrones de autocrítica, reencuadrar los logros como resultado de esfuerzo y talento, y desarrollar una mentalidad de crecimiento que permita ver cada reto como una oportunidad de aprendizaje.
Si sientes que el síndrome del impostor te acompaña en tu liderazgo, prueba hoy mismo con estos pasos:
- Documenta tus logros: lleva un registro de proyectos, resultados y reconocimientos; revisarlo te recordará tu valor real.
- Reemplaza la autocrítica con evidencia: cuando pienses “no soy lo suficientemente bueno”, respóndete con hechos y datos de tus resultados.
- Acepta elogios sin justificaciones: un simple “gracias” es más poderoso que restar mérito a tu trabajo.
- Busca un mentor o coach: la retroalimentación externa ayuda a poner en perspectiva tus competencias.
- Abraza el error como maestro: cada equivocación es una oportunidad de crecimiento, no una prueba de incompetencia.
Liderar no se trata de nunca dudar; se trata de avanzar a pesar de la duda. Y cuando reconoces que tu éxito no es un accidente, sino el resultado de tu esfuerzo, tu liderazgo deja de ser una carga y se convierte en una plataforma para inspirar