Columna: Más allá de los titulares

Por: Alejandro Gleason

Vivimos en una época que ha reducido el éxito a una fórmula superficial: dinero, fama y poder. Desde los medios hasta las redes sociales, el mensaje es claro: quien más tiene, más vale. Pero ¿y si esa definición estuviera equivocada? ¿Y si, en realidad, el éxito tuviera menos que ver con lo que poseemos y más con lo que somos?

¿Qué sucede si, en el transcurso de nuestra vida, nunca obtenemos dinero, fama ni poder? ¿Significa eso que no fuimos exitosos? Si aceptamos esa definición impuesta, entonces millones de personas quedarían automáticamente excluidas del concepto de éxito, sin importar la profundidad de su sabiduría, la calidad de sus relaciones o la virtud de sus actos.

Esta visión enfocada meramente en lo material es limitada y excluyente, pues ignora otras dos dimensiones fundamentales del ser humano: el ser y el hacer.

El tener representa lo externo, lo cuantificable, lo que puede comprarse o medirse. Pero el ser alude a nuestra identidad, nuestros valores, nuestra integridad. Y el hacer tiene que ver con nuestras acciones, decisiones, contribuciones y propósito.

Un hombre que vive con coherencia, que ama, que sirve, que lucha por lo justo —aunque no tenga fama ni riqueza— ha logrado el éxito en el ser y en el hacer. Y quizá, desde una mirada más profunda, esos son los logros que realmente importan.

Porque independientemente de cuáles sean nuestras circunstancias de vida, todo ser humano cuenta con inteligencia y voluntad. Esto le permite tomar decisiones racionales y actuar conforme al bien mayor.

«El verdadero éxito no se mide por aplausos ni reconocimientos, sino por la integridad con la que se vive. El exitoso es puntual, cumple su palabra, actúa con empatía, y da más de lo que se espera. Trabaja con excelencia, incluso cuando nadie lo observa, y elige el bien, aun en lo oculto. Porque ha comprendido que el triunfo más grande es ser coherente consigo mismo.»

En ese sentido, el verdadero éxito no se mide por lo que uno posee, sino por quién se ha llegado a ser y cómo se ha vivido. Es un éxito silencioso, pero profundo; invisible ante el mundo, pero valioso ante la verdad.

Así lo afirmaba Epicteto, quien enseñaba que no somos responsables de lo que nos sucede, sino de cómo respondemos ante ello. Para él, la verdadera grandeza consiste en vivir conforme a la virtud, con dominio de uno mismo, rectitud y coherencia, sin depender de la aprobación externa ni de las circunstancias materiales.

Stephen Covey, en su libro First Things First, advierte que el verdadero éxito depende de vivir alineado a un propósito. De nada sirve llegar a la cima de la escalera si ésta está apoyada en la pared equivocada.

A lo largo del tiempo, se ha conocido a innumerables empresarios, artistas, políticos y líderes reconocidos por su éxito exterior: riqueza, influencia y admiración pública. Sin embargo, al mirar más de cerca, no son pocos los casos marcados por matrimonios rotos, adicciones ocultas o profundas batallas internas de soledad y depresión.

Esto nos lleva a una pregunta inevitable: ¿eso es realmente el éxito? ¿Puede llamarse triunfador quien ha perdido la paz interior, la integridad o el sentido del propósito?

El éxito auténtico es el fruto de haber sido fiel a lo que uno sabe que es bueno, justo y verdadero.


¿Y tú, cómo defines tu éxito?

Como coach en liderazgo consciente, acompaño a personas y equipos a redefinir el éxito desde adentro hacia afuera. No basta con alcanzar metas externas si el precio es la paz interior o la coherencia personal.

A través de procesos estructurados de autoconocimiento, evaluación y acción, ayudo a mis clientes a alinear lo que hacen con quienes son, y a vivir con propósito, virtud y claridad.

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@alexgleasonf
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