Alegorías
Por Jesús Huerta Suárez
Bueno, a ratos, como todos, soy feliz; después de todo ¿quién merece o quién puede estar toda la vida feliz sin volverse loco?
Creo que nadie. Es imposible, pero, si es muy válido hacerle la luchita a vida y si se deja, hay que meterle mano.
El caso es que, desde hace mucho años, gracias a los ejemplos de mis padres y de mi familia, he vivido un romance bien correspondido con los libros y con las plantas, de tal manera que en mis peores y en mis mejores momentos del día, las plantas y los libros siempre están presentes. Son mi compañía, escuela y recreación. De la música y los perros, luego hablamos.
En cada una de las plantas que tengo o que he logrado sembrar en otros jardines o camellones de la ciudad, he sentido una dicha enorme. No solo eso, me han ayudado a ejercitar la paciencia y las manos; las plantas llevan otro tiempo, otro ritmo, el universal, mientras que uno batalla para encontrarlo.
De las plantas he aprendido a preocuparme por quien quieres. Me han puesto a sudar, me han espinado, se han marchitado, dañado las plagas, me han costado unos pesos y causado dolor con su muerte.
Pero, igual, he disfrutado su aroma, su sabor, sus visitas de abejas y colibríes, su geometría sagrada, sus colores, la pasión de las especias en los alimentos, lo mismo que sus hojas y frutos que nutren el cuerpo, iluminan la mente y enriquecen la tierra.
Las que solo florean de noche, las que son tóxicas al grado de sentirme morir cuando menos lo esperaba, las que nunca se me dan, las que no he logrado tener, las joyas de la corona personal, y las plantas en que nuestras cenizas algún día podrán alimentar…no las dejo de gozar.
Y los libros… ¡Ah, esos diamantes fundidos en letras haciendo historias, tramas, motivos e ideas que nos unen al universo!
Los libros, a ellos también los conocí en casa y, hasta la fecha, no he dejado de auscultar alguno cada que el deseo me lo pide. Así como no he dejado de ampliar mi pequeño acervo personal, y es que desde niño descubrí que son una magnifica forma de extraernos del mundo material para sumergirnos en nuestra mente virtual.
Su olor, su textura, su formato y su capacidad de sorprendernos, regocijan el alma y la mecen entre los sueños, pesadillas, dudas para luego despertar.
Ante todo esto, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que una vez que tengas tu jardín y tu biblioteca bien sobada, podrás decir más de seguido… ¡Soy feliz! Que es lo que nos trajo hasta aquí. 😉
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