En el transcurso del fin de semana, leí con mucha atención una columna periodística que habla sobre las adelantadas y presuntas aspiraciones de un funcionario estatal -de tercer o cuarto nivel- que pretende la candidatura a una Diputación Federal por Sonora supuestamente por el partido Morena.
Lo cual es un derecho que constitucionalmente tiene cualquier ciudadano; pero igual que en cualquier caso, se le puede dar o negar.
Depende cómo ande el interesado en las cúpulas del poder.
Bueno.
Aparte de señalar que ni en su casa conocen a esta persona, el columnista cuestionó el origen de los recursos para mandar pintar una barda (si es que no la pintó él mismo) publicitándose con su nombre de Guillermo Díaz.
Tema por el que, este humilde reportero, le agrega la siguiente reflexión y motivo de este escrito:
Así como se supone que a este funcionario público no lo conocen, también se encuentran en la misma situación Diputados Locales y Federales vigentes que al buscar reelegirse, se van a dar cuenta del bajo o nulo posicionamiento que tienen ante el electorado.
Porque a excepción del partido que los llevó al poder, muchos de ellos son poco conocidos entre las comunidades a las que deberían estar sirviendo.
Y conste que no estamos hablando exclusivamente de los servidores públicos emanados de Morena; sino de otros político que se han aprovechado de determinada marca.
Ejemplos hay muchos.
Desde los tiempos del PRI, cuando con el solo hecho de conseguir la candidatura ya aseguraban el triunfo en las urnas.
O los del PAN, quienes regodeándose (término beisbolero) de poder, descaradamente declaraban que no necesitaban hacer campaña para ganar.
Y al no hacerla, de todos modos ganaban.
En la humilde opinión de este pregonero del acontecer político, creo que las cosas han cambiado.
La gente ahora está más politizada, más consciente y razonable de las decisiones que debe tomar.
Cierto que los intereses superan a la razón; pero a la hora de estar solos en la casilla, se supone que los ciudadanos tienen la libertad de votar por quién se les dé la gana.
A menos -como ya se ha registrado en elecciones recientes-, que el líder o representante de partido le exija a usted la fotografía con la «X» marcada en la boleta a favor de sus candidatos.
En los últimos días, por cierto, se han visto en las redes sociales publicaciones de una supuesta encuesta, con el objetivo de definir popularidades y/o aceptaciones entre funcionarios vigentes que buscan puestos de elección.
Debemos reconocer que algunos de estos ejercicios resultan sumamente interesantes; mientras que otros tienen la clara intención de subir a la plataforma pública a recomendados que, ahora sí, no conocen ni en la cuadra de su casa.
Al final de cuentas, pudiera ser que los aspirantes a un puesto administrativo de gobierno o legislativo, no pretendan ser vistos por los ciudadanos que votamos como usted o como yo; sino por el personaje que toma las decisiones, ya sea el Gobernador, el Presidente de la República o en la remota posibilidad el dirigente de su partido.
Nomás faltaría que de manera impropia aparecieran bardas, pendones o espectaculares de los suspirantes frente a la casa particular -o en la ruta que transitan diariamente- de los personajes que toman las decisiones.
Siguiente comentario.
¡Caray!
Es de admirarse que pese a la no muy grata percepción que prevalece de los viejos tiempos del PRI, su preside estatal Rogelio Díaz Brown sigue haciendo un esfuerzo por armar un buen proyecto político sumatorio con miras a las elecciones del 2024.
Lamentablemente la gran capacidad del «Roger» no es secundada por muchos dirigentes municipales de su partido.
Principalmente por el de Hermosillo, quien ni siquiera tiene educación para tratar a las personas; y mucho menos para dirigirse a las multitudes que necesitan en pro de conseguir el voto para sus candidatos.
Luis Miguel Vargas no solo es producto del ex politiquillo de mierda llamado César «Zedillo» Romo (que presumía que este oficio solamente era su pasatiempo); sino que refleja las prácticas de viejos priistas que en sus rutinas diarias ninguneaban a la gente.
Con más razón cuando tenían un puesto público.
Ahora que ambos están remando contra la corriente, añoran los viejos tiempos cuando en el servicio público macaneaban a sus anchas.
Principalmente cuando estuvieron de «funcionarios» en la Secretaría de Educación y Cultura (SEC) bajo las «órdenes» del ex secretario Ernesto De Lucas Hopkins, quien para no meterse en broncas con sus superiores, «los dejaba ser» a ambos.
Por hoy es todo.
Que tengan una excelente semana.