Columna Visión Juvenil
Por: Manuel Borbón
Al momento en que se escriben estas letras, justo en la plaza más simbólica de nuestro país, donde a través de los años numerosas historias se han escrito, el Zócalo de la Ciudad de México, el aún presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, brinda lo que será su último informe de gobierno, acostumbrado, como él mismo lo afirma, a hacer historia realizando cambios simbólicos en la manera de hacer política, tales como, cargar su discurso con emociones, historia, dichos y refranes, para así, con un modelo distinto, cambiar la manera en la que se venía haciendo política en nuestro país desde hace algunas décadas.
En el aterrizaje de su sexenio, la política ha demostrado ser caprichosa y dar vueltas en maneras muchas veces inesperadas, ya que, luego de haber perdido la elección presidencial en un par de ocasiones cada vez con mayor margen y, ser relegado de su partido, el hoy extinto PRD, la suerte parecía no haberle sonreído al político tabasqueño, empero, como bien se dice, al pasar de los años, López Obrador cierra su gobierno con niveles de aprobación que no se habían visto desde hace muchos años, pero no solamente eso, refrendando también la presidencia, mayoría en el congreso y en los gobiernos estatales, para su organización política, Morena, partido que hace poco más de una década ni siquiera existía.
De igual forma, el proceso de culminar con su trabajo, no ha estado exento de turbulencias, ya que, un tanto distinto a lo que se pensaba, el pase de estafeta con su sucesora Claudia Sheinbaum, el cual, contaba con una marca prácticamente perfecta en su tersura, ha comenzado a presentar dificultades no previstas, propias, de las decisiones controvertidas y profundas que se han tomado, tales como la cancelación de organismos autónomos como el INAI, IFT, COFECE, entre otros, la Reforma al Poder Judicial, el dilema de una presunta representación, y más temas, que han provocado que, un sector de la población mexicana se sienta agraviada ahondando aún más las profundas diferencias entre un par de sectores de la población que parecen encontrarse cada vez más separados. Mismo caso con las relaciones internacionales con países como Estados Unidos y Canadá, quienes, hay que decirlo, han estado acostumbrados a opinar sobre las cuestiones de política interna de nuestro país, lo que ha provocado que en este cambio de sexenio los roces y diferencias también se hayan vuelto más presentes, todo esto, en el marco de la sucesión presidencial estadounidense.
Si bien, Claudia Sheinbaum ha asegurado que su gobierno será parte de una continuidad con la manera de hacer política de la actual administración, llegando a asegurar que, su mandato será reconocido por ser el que consolide lo que ella llama “el segundo piso de la cuarta transformación”, no podemos dejar a un lado que, cada persona cuenta con una esencia particular que le vuelve distinto a los demás, es decir, por más que uno pueda intentar asemejarse al compañero, las vivencias, formación, cultura, generación, entre muchas otras diferencias, vuelven casi imposible mantener los mismos modos a la hora de gobernar un país, por lo cual, en los próximos meses veremos, como decía Daniel Cosío Villegas, el estilo personal de gobernar de la nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien tendrá la difícil labor de mantener la vara de la popularidad y facilidad de comunicación que había mantenido el presidente saliente, para lo que, habrá de echar mano de sus propias cualidades y de las de su equipo, el cual, se conformó de manera distinta, privilegiando en muchos de los casos las capacidades técnicas de quienes habrán de llevar en sus manos carteras importantes dentro de la administración pública federal.
Aunque no exento de errores y dificultades, este cambio de gobierno promete ser uno distinto a los pasados, en el que la continuidad de una misma visión de país pueda ayudar a consolidar proyectos y no solo desecharlos cada seis años por no ser los de su mismo partido.
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