Más allá de los tituales
Por Alejandro Gleason
La pregunta por el comportamiento humano ha acompañado a filósofos, médicos y líderes desde la Antigüedad. Comprender por qué actuamos de determinada manera no solo satisface una curiosidad intelectual, sino que nos permite crecer, mejorar y liderar con mayor conciencia. Nuestro comportamiento es el resultado de la interacción de diversos factores: lo externo que nos moldea, lo interno que nos habita y lo fisiológico que nos constituye desde el inicio de nuestra existencia.
El peso de nuestro entorno
Como líderes debemos tener muy claro que somos profundamente moldeados por el entorno que nos rodea. Lo que vemos, lo que escuchamos, lo que consumimos diariamente, e incluso las personas con las que compartimos más tiempo, terminan configurando poco a poco quiénes somos. De ahí la vigencia del refrán: “Dime con quién te juntas y te diré quién eres.”
Si convivimos en ambientes de mediocridad, negatividad o conformismo, inevitablemente esas actitudes se filtran en nosotros. De la misma manera, cuando nos rodeamos de personas íntegras, motivadas y con visión, nuestra mente y nuestro corazón se expanden hacia esas mismas cualidades. Un líder, por lo tanto, debe ser muy consciente de cuidar sus círculos, porque lo externo siempre está dejando huellas en nuestro modo de pensar y de actuar.
El mundo interno: el psiquismo
Ahora bien, no todo depende del exterior. También entra en juego lo que los filósofos y psicólogos llaman el psiquismo: ese vasto mundo interior que incluye nuestros pensamientos, recuerdos, emociones, creencias, ideas y sentimientos. Es, en otras palabras, la narrativa interna que nos acompaña a cada momento.
Ese psiquismo no aparece de la nada, sino que se forma a partir de nuestro mapa mental de la vida. Cada persona carga con una historia única: la manera en que fue criada, los valores que recibió, las heridas y traumas que marcaron su infancia, las experiencias que lo formaron. Todo ello va moldeando los lentes con los que interpretamos la realidad y nos comportamos frente a los demás.
Por ejemplo, alguien que en su niñez recibió críticas constantes probablemente desarrollará un psiquismo sensible al rechazo, y esa herida interior influirá en cómo se comunica o en cómo enfrenta los desafíos. En cambio, quien fue alentado y apoyado desde pequeño tendrá un psiquismo más confiado, con mayor apertura a tomar riesgos. Comprender nuestro mundo interno nos da la llave para explicar por qué reaccionamos como lo hacemos ante determinadas situaciones.
La huella de la fisiología: los temperamentos
Sin embargo, hay un aspecto que muchas veces pasamos por alto: nuestra fisiología. Desde el momento en que comenzamos a existir, recibimos una constitución corporal que también influye en nuestro comportamiento. Los antiguos médicos, como Hipócrates y Galeno, observaron que en cada persona predomina una combinación particular de humores —sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra— y que de ese equilibrio o predominio nace lo que llamaron temperamento.
El temperamento no es una elección. Es una predisposición natural que heredamos y que condiciona, en parte, nuestra manera de percibir, sentir y reaccionar. Así, el sanguíneo se inclina hacia la alegría, la sociabilidad y la espontaneidad; el colérico hacia la acción rápida, la decisión y, a veces, la ira; el melancólico hacia la profundidad, la introspección y la tendencia a la tristeza; y el flemático hacia la calma, la serenidad y, en ocasiones, la pasividad.
Estos rasgos no son defectos en sí mismos. Son inclinaciones naturales que, sin disciplina, pueden llevar a vicios, pero con autoconocimiento pueden transformarse en virtudes y fortalezas. El colérico que domina su ira puede ser un líder decidido y valiente. El melancólico que supera su rigidez se convierte en un creador profundo y sensible. El sanguíneo que aprende disciplina puede inspirar entusiasmo y alegría en los demás. Y el flemático que vence la pereza puede aportar paz y estabilidad a cualquier equipo humano.
El equilibrio entre lo que somos y lo que podemos ser
Visto así, nuestro comportamiento se debe a una interacción constante entre el entorno que nos rodea, el psiquismo que nos habita y la fisiología con la que nacimos. Tres fuerzas que se entrelazan y nos explican, pero que no nos determinan por completo.
El gran filósofo español José Ortega y Gasset lo expresó con claridad: “Yo soy yo y mis circunstancias.” Esto significa que, en parte, somos el producto de nuestro pasado y del contexto que nos rodea. Pero Ortega añadía algo esencial: “Si no la salvo a ella [a la circunstancia], no me salvo yo.” Es decir, tenemos la capacidad de transformar nuestro entorno y de trabajar sobre nuestro interior para moldearnos hacia una mejor versión de nosotros mismos.
Ahí es donde entra en juego el carácter. A diferencia del temperamento, que se nos da, el carácter es lo que vamos forjando con nuestras decisiones, con la disciplina de la voluntad, con la práctica de la virtud y con la orientación de la razón. Podemos nacer con tendencias fuertes, vivir experiencias difíciles y estar rodeados de influencias negativas, pero siempre conservamos la posibilidad de elegir cómo responder. Ese poder de elección es la grandeza del ser humano.
Conclusión: el desafío del liderazgo
Por eso, comprender de qué se debe nuestro comportamiento no es un ejercicio teórico, sino una herramienta práctica para crecer como líderes. Al identificar qué parte de nuestra conducta viene de lo externo, qué parte surge de nuestras heridas internas y qué parte está ligada a nuestra constitución fisiológica, podemos actuar con mayor claridad.
El líder que se conoce a sí mismo no se justifica diciendo “así soy yo”, sino que asume la responsabilidad de su temperamento, de su psiquismo y de su entorno, y los orienta hacia el bien. Reconoce sus impulsos, pero los educa. Reconoce sus heridas, pero trabaja en sanarlas. Reconoce la influencia del ambiente, pero elige rodearse de personas y contextos que lo eleven.
En última instancia, el comportamiento humano es una mezcla entre lo dado y lo elegido. Nacemos con tendencias, crecemos con marcas, vivimos en circunstancias; pero en medio de todo ello tenemos la libertad de forjar nuestro carácter. Ese es el verdadero desafío del liderazgo: transformar nuestra vida interior y exterior en un laboratorio de virtud, donde cada día elegimos ser no solo mejores líderes, sino mejores personas.
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