Columna visión juvenil

Por: Manuel Borbón

La reciente crisis que se encuentra viviendo prácticamente toda la población del afamado puerto de Acapulco provocada por el fenómeno natural “Otis”, no significa otra cosa más que, el probable último clavo del ataúd para una ciudad que era conocida a nivel mundial como uno de los principales destinos turísticos si de hablar de vacacionar en la playa se trataba.

Primero, es preciso comentar que, la desafortunada presencia de estos fenómenos naturales como lo son los huracanes, no representan responsabilidad alguna para las personas que toman decisiones en el puerto. Sin embargo, la magnitud de la desgracia representa en gran medida un punto de inflexión para darnos cuenta que, el cambio climático y los grandes asentamientos urbanos, generan en su conjunto el caldo de cultivo perfecto para que este tipo de situaciones se repliquen con mayor frecuencia, pero sobre todo, con mayor intensidad, poniendo en riesgo la vida de quienes habitan en este tipo de comunidades.

Las pérdidas en Acapulco han sido cuantiosas, llegando al grado de necesitar para su recuperación montos cercanos a los 300 mil millones de pesos según expertos en la materia, por lo cual, la cifra destinada por el Gobierno Federal de 61 mil millones se antoja insuficiente. Empero, la debacle de Acapulco data de un par de décadas hacia el pasado, ya que, diferentes fenómenos como la contaminación de sus playas, la carente adaptación a las exigencias del mercado turístico, pero, sobre todo, el incremento de la inseguridad en la región, trajo consigo que, una cadena de situaciones negativas comenzarán por asolar al que alguna vez fue reconocido como el principal punto de turismo en nuestro país, comenzando con la salida del lugar de famosos y artistas que tenían su residencia en el otrora paradisiaco puerto, llegando al grado de tener cifras superiores a las 7 mil 500 habitaciones canceladas al año producto de los altos índices de inseguridad.

El huracán Otis, solamente mostró la verdadera cara de una ciudad que, a diferencia de la mayoría de los municipios de México, durante los últimos años ha ido decreciendo su población y su actividad económica, un huracán que, además de representar una lamentable tragedia, desnudo de cuerpo completo los cimientos políticos y sociales de los cuales pende una población cercana al millón de habitantes, los cuales, tendrán que enfrentarse nuevamente a la adversidad, por lo cual, su futuro se antoja complejo en dicho asentamiento.

El espejo de Acapulco nos enseña que, por más avanzada que haya estado una comunidad, por más desarrollo y fama que tengas, las malas decisiones de quienes nos gobiernan y de sus gobernados, si pueden terminar por sepultar los recuerdos de ciudades exitosas y prósperas, y suplantar estos por comunidades enteras sumidas en el estancamiento económico y la inseguridad.

Acapulco es el ejemplo perfecto para ciudades como Cajeme, en el que, el día a día nos impide ver en lo que se han convertido nuestros hogares hasta que llegan desastres naturales como el anteriormente comentado o, como las sequías que se viven en nuestra región, para darnos cuenta que, lo que un día fue probablemente no pueda volver a ser, si no existe el compromiso y la responsabilidad de todos sus habitantes.

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